Así escribía Victor Hugo la introducción a su conocida obra Notre Dame de Paris:
"Hace algunos años que, visitando o, por mejor decir, huroneando la catedral de Notre Dame de París, encontró el autor de este libro en un oscuro rincón de una de sus torres, esta palabra grabada a mano sobre la pared:
Estas mayúsculas griegas, renegridas con el tiempo y profundamente entalladas en la piedra, no sé qué signos peculiares a la caligrafía gótica, impresos en sus formas y actitudes como para revelar que las había escrito allí una mano de la Edad Media, y sobre todo, el sentido lúgubre y fatal que encierran, hirieron vivamente la imaginación del autor.
Preguntóse a sí mismo, procuró adivinar cual podía ser el alma en pena que no había querido abandonar este mundo sin dejar aquella marca de crimen o de infortunio en la frente de la vieja iglesia.
Después, han embadurnado o raspado (no sé cual de los dos) la pared, y la inscripción ha desaparecido; porque esto es lo que se está haciendo hace ya cerca de doscientos años con las maravillosas iglesias de la Edad Media. De todas partes les vienen las mutilaciones, de dentro como de fuera: el sacerdote las pintorrea, el arquitecto las raspa; el pueblo llega en seguida y las derriba.
Así que, excepto el frágil recuerdo que le consagra aquí el autor de este libro, nada queda ya en el día de la misteriosa palabra grabada en la sombría torre de Notre Dame, nada del ignorado destino que tan melancólicamente reasumía. El hombre que escribió allí aquella palabra desapareció hace muchos siglos de en medio de las generaciones; la palabra ha desaparecido también de la pared de la iglesia, la iglesia misma acaso desaparecerá bien pronto de la faz de la tierra.
Sobre aquella palabra se ha compuesto este libro.
París, marzo de 1831."
ANATKH podría traducirse como "fatalidad". Al enterarme del incendio de Notre Dame me he acordado de esta novela de Victor Hugo que con tanto gusto leí hace ocho años, de cuando la compré en una vieja edición en dos tomos en la feria del libro antiguo y de ocasión de Valencia, de mi amiga Alejandra que me despertó años antes el interés por la literatura de Victor Hugo, de mi amigo Thomas que me alojó en su casa las dos veces que estuve visitando la gran catedral de Notre Dame que ahora ha ardido...
Aún no se han enfriado los restos de Notre Dame y ya han salido varias empresas y algunas personas multimillonarias a anunciar su intención de donar grandes cantidades de dinero para la reconstrucción de esta extraordinaria catedral gótica. Nunca rechazaría el dinero, pero me parece importante hacer constar algunos datos sobre la naturaleza de tales donaciones y la acumulación de capital que las hace posible:
- Las catedrales las construyen los trabajadores, no los ricos ni sus empresas.
- Las catedrales las reconstruyen los trabajadores con sus manos, no los ricos ni sus donaciones.
- Los ricos y sus empresas son ricos y pueden hacer donaciones porque se quedan la plusvalía generada por los trabajadores.
- Los ricos y sus empresas cuando donan una pequeña parte de lo robado a los trabajadores no lo hacen porque les importe el arte o la gente: lo que hacen es invertir en propaganda.
- Un estado que no puede afrontar por sí mismo la conservación del patrimonio común es un estado fallido.
- El problema de base, entonces, es el robo de los ricos y sus empresas a los trabajadores permitido por los estados, un robo al que en el capitalismo llaman "mercado laboral".