Hace pocos días leyendo un blog encontré entre los comentarios una significativa frase que llamó mi atención, una perla del lenguaje que en pocas palabras condensaba el análisis social con el humanismo crítico, en la forma de una peculiar y concisa "definición" de ecologistas y vegetarianos: locos hijos de puta. Así, tal cual, sin firmar ni aportar más "argumentos". Desgraciadamente ésta es la forma en la que algunos (seguramente muchos) estigmatizan a aquellas personas que prescindimos de la carne y el pescado para alimentarnos por coherencia con unas ideas que consideramos razonables, como son las del ecologismo.
Ocurre que para un amplio sector de la población el vegetarianismo sigue siendo "cosa de locos". Pero, ¿por qué tanta animadversión? ¿Por qué resulta admisible, normal o incluso recomendable comer según una dieta, y tan odioso que alguien coma según una ética? Seguramente por ese otro adjetivo o cualidad que subyace tras esa locura caracteristica de ecologistas y vegetarianos: ¡aguafiestas!. Así es: somos los aguafiestas, porque decimos cosas que no apetece oir al que siempre prefiere mirar para otro lado. Cosas como que el fín no justifica los medios.
"No, a mí es que me gusta mucho el jamón": la clásica respuesta hedonista a una pregunta no formulada, pero implícita en la mente de quien descubre mis depravadas costumbres alimentarias.
"Pero, tú, ¿entonces, qué comes?": una frase que he oído infinidad de veces, siempre acompañada por un gesto entre la sorpresa y la incredulidad, muy tipica de personas que nunca han sabido ni sabrán cocinar, y cuya dieta se fundamenta en 6-8 platos diferentes. Piñón fijo, prejuicio fijo.
"Al final seremos nosotros o ellos": esto me lo dijo hace años un ex-compañero de piso, universitario, mayor de edad, y creo poder asegurar que en un estado mental no alterado por drogas o psicotrópicos. ¡Realmente algunas personas piensan así! Y es que el analfabeto del siglo XXI vive en la ciudad y sabe usar el ordenador, pero apenas sabe nada más.
"Déjeme que yo coma lo que me de la gana, que beba lo que me de la gana", así hablaba no hace mucho tiempo nuestro querido y locuaz ex-presidente don Jose María Aznar, en lo que fue un lúcido alegato a favor de la libertad individual que seguro quedará en las enciclopedias. Lástima que ahí estuvieramos los aguafiestas de siempre una vez más para recordar que la libertad nunca es un valor absoluto, que más allá de la convivencia, hasta la propia existencia misma implica en sí restricciones a esa falsa libertad con la que se llenan la boca algunos. Es curioso cómo a estos mismos supuestos amantes de la Libertad con Mayúsculas les guste tanto acudir a clubs privados, a zonas VIP, a espacios con el derecho de admisión reservado... ¿Libertad con Mayúsculas? Para el que se la pueda pagar.
Y es que los ecologistas tenemos un problema: aunque no tengamos muchas posesiones nos creemos dueños del planeta, así de locos estamos, y en un evidente ejercicio de egoísmo levantamos la voz para quejarnos por cómo está el patio. "¡Aguafiestas! ¡Pero si todos sabemos que el mundo no es vuestro!" Claro que no. El mundo ya casi pertenece a las multinacionales, y ellas sí que tienen una idea clara de qué hacer con él. Por cierto, ¿sabías que a estas adalides de la libertad globalizadora incluso se les está permitiendo poner patentes a los genes, a la vida misma? Así están las cosas.
Y sí, realmente el sueño de la razón producía monstruos, pero es que estos espejismos de libertad no engendran más que fetos de injusticia.
Lo firma: otro de esos locos hijos de puta, bautizado hace 33 años como Víctor Aranda García
Ocurre que para un amplio sector de la población el vegetarianismo sigue siendo "cosa de locos". Pero, ¿por qué tanta animadversión? ¿Por qué resulta admisible, normal o incluso recomendable comer según una dieta, y tan odioso que alguien coma según una ética? Seguramente por ese otro adjetivo o cualidad que subyace tras esa locura caracteristica de ecologistas y vegetarianos: ¡aguafiestas!. Así es: somos los aguafiestas, porque decimos cosas que no apetece oir al que siempre prefiere mirar para otro lado. Cosas como que el fín no justifica los medios.
"No, a mí es que me gusta mucho el jamón": la clásica respuesta hedonista a una pregunta no formulada, pero implícita en la mente de quien descubre mis depravadas costumbres alimentarias.
"Pero, tú, ¿entonces, qué comes?": una frase que he oído infinidad de veces, siempre acompañada por un gesto entre la sorpresa y la incredulidad, muy tipica de personas que nunca han sabido ni sabrán cocinar, y cuya dieta se fundamenta en 6-8 platos diferentes. Piñón fijo, prejuicio fijo.
"Al final seremos nosotros o ellos": esto me lo dijo hace años un ex-compañero de piso, universitario, mayor de edad, y creo poder asegurar que en un estado mental no alterado por drogas o psicotrópicos. ¡Realmente algunas personas piensan así! Y es que el analfabeto del siglo XXI vive en la ciudad y sabe usar el ordenador, pero apenas sabe nada más.
"Déjeme que yo coma lo que me de la gana, que beba lo que me de la gana", así hablaba no hace mucho tiempo nuestro querido y locuaz ex-presidente don Jose María Aznar, en lo que fue un lúcido alegato a favor de la libertad individual que seguro quedará en las enciclopedias. Lástima que ahí estuvieramos los aguafiestas de siempre una vez más para recordar que la libertad nunca es un valor absoluto, que más allá de la convivencia, hasta la propia existencia misma implica en sí restricciones a esa falsa libertad con la que se llenan la boca algunos. Es curioso cómo a estos mismos supuestos amantes de la Libertad con Mayúsculas les guste tanto acudir a clubs privados, a zonas VIP, a espacios con el derecho de admisión reservado... ¿Libertad con Mayúsculas? Para el que se la pueda pagar.
Y es que los ecologistas tenemos un problema: aunque no tengamos muchas posesiones nos creemos dueños del planeta, así de locos estamos, y en un evidente ejercicio de egoísmo levantamos la voz para quejarnos por cómo está el patio. "¡Aguafiestas! ¡Pero si todos sabemos que el mundo no es vuestro!" Claro que no. El mundo ya casi pertenece a las multinacionales, y ellas sí que tienen una idea clara de qué hacer con él. Por cierto, ¿sabías que a estas adalides de la libertad globalizadora incluso se les está permitiendo poner patentes a los genes, a la vida misma? Así están las cosas.
Y sí, realmente el sueño de la razón producía monstruos, pero es que estos espejismos de libertad no engendran más que fetos de injusticia.
Lo firma: otro de esos locos hijos de puta, bautizado hace 33 años como Víctor Aranda García
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